Poesías compartidas
Índice
- 1. Agustín García Calvo
- 2. Antonio Machado
- 2.1. Abejas, cantores
- 2.2. A quien nos justifica nuestra desconfianza
- 2.3. Acaso…
- 2.4. Al andar se hace camino
- 2.5. Al borde del sendero un día nos sentamos
- 2.6. Alguna vez he pensado
- 2.7. Algunos desesperados
- 2.8. Anoche cuando dormía
- 2.9. Bueno es recordar
- 2.10. Bueno es saber que los vasos
- 2.11. Caminante, no hay camino
- 2.12. Caminante, son tus huellas
- 2.13. Cantad conmigo en coro: saber, nada sabemos
- 2.14. Como el olivar
- 2.15. Consejos
- 2.16. ¿Cuál es la verdad?
- 2.17. Cuatro cosas tiene el hombre
- 2.18. Coplas mundanas
- 2.19. De diez cabezas, nueve
- 2.20. De la mar al percepto
- 2.21. De lo que llaman los hombres
- 2.22. Deletreos de armonía
- 2.23. Demos tiempo al tiempo
- 2.24. Despacito y buena letra
- 2.25. Despertad, cantores
- 2.26. Dice la monotonía
- 2.27. Dices que nada se crea
- 2.28. Dices que nada se pierde
- 2.29. ¿Dices que nada se pierde?
- 2.30. Dijiste media verdad
- 2.31. Dijo a la lengua el suspiro
- 2.32. Dónde está la utilidad
- 2.33. El que espera desespera
- 2.34. En abril, las aguas mil
- 2.35. En preguntar lo que sabes
- 2.36. Entre el vivir y el soñar
- 2.37. Es el mejor de los buenos
- 2.38. Es una tarde cenicienta y mustia
- 2.39. Fe empirista. Ni somos ni seremos.
- 2.40. Guitarra del mesón que hoy suenas jota
- 2.41. Hastío
- 2.42. He andado muchos caminos
- 2.43. Jardín
- 2.44. La envidia de la virtud
- 2.45. La primavera besaba
- 2.46. La primavera ha venido
- 2.47. Las moscas
- 2.48. Leyendo un claro día
- 2.49. Me dijo una tarde de la primavera
- 2.50. Mirando mi calavera
- 2.51. Ni vale nada el fruto
- 2.52. No es el yo fundamental
- 2.53. No extrañéis, dulces amigos
- 2.54. Noche de verano
- 2.55. Nuestras horas son minutos
- 2.56. Nuestro español bosteza
- 2.57. Nunca perseguí la gloria
- 2.58. Nunca traces tu frontera
- 2.59. Oh soledad
- 2.60. ¡Oh tarde luminosa!
- 2.61. Ojos que a la luz se abrieron
- 2.62. Para dialogar
- 2.63. Para qué llamar caminos
- 2.64. Pegasos, lindos pegasos
- 2.65. Por dar al viento trabajo
- 2.66. Recuerdo infantil
- 2.67. Retrato
- 2.68. Sabes cuando el agua suena
- 2.69. Señor San Jerónimo
- 2.70. Si vivir es bueno
- 2.71. Tengo a mis amigos
- 2.72. Todo pasa y todo queda
- 2.73. Tras el vivir y el soñar
- 2.74. Un loco
- 2.75. Y esa gran placentería
- 2.76. Y si la vida es corta
- 2.77. Ya habrá cigüeñas al sol
- 2.78. Yo he visto garras fieras en las pulidas manos
- 2.79. Yo voy soñando caminos
- 3. Fernando Pessoa
- 4. Francisco de Quevedo
- 5. Manuel Machado
- 6. Rudyard Kipling
- 7. Sor Juana Ines de la Cruz
1. Agustín García Calvo
1.1. Antaño el Señor
Antaño el Señor
entre llano y montaña
sembró los pueblos
con sus tejas y tapias.
Al otro siglo,
les mandó que dejaran
los campos yermos
y vacías las casas
y que se fueran
a las urbes cuadradas,
en donde bullen
a millones las almas.
Del pueblo apenas
unos cuantos quedaban, sentados, solos,
en corral o solana,
mirando el tiempo,
cómo el tiempo pasaba,
de sol a lluvia,
de sequía en borrasca.
¡Ay Mataluenga,
para quiénes penabas!
¡Arriba la flor,
arribita la flor de la caña!
Y que vivan las manos
que la levantan.
1.2. Jesús con la cruz a cuestas
Te la echaron al hombro, señor Jesús,
la herramienta de tu muerte,
y como era tu cruz,
ni esbirros ni sirvientes de la Justicia que la llevaran:
tenías que ser tú.
Y te decían "¡Sús,
arriba y caminando!, y que no lo pienses más:
ésa es tu vía:
ya sabes adónde vas".
"Sé ya el que serás:
carga con tu destino, y gánate
la eternidad
que es como es,
que lo manda la Ley",
así le dicen a cada crío que va naciendo:
apenas sabe el A B C,
le ponen de mañanita el nombre de su muerte,
lo cargan con él,
y según va caminando,
más y más en las carnecitas se le hinca la fe.
Ya sabe adónde, ya sabe a qué,
ya va cargadito con su ataúd.
Di tú que no, Jesús,
que no, que no, que no:
¡sacúdetela tu cruz!
No andes esa vía, hombre,
no trabajes por tu muerte tú.
¡Tírala al suelo, tírala!
y libéranos, Jesús.
1.3. Vuelves, sol solecito
Vuelves, sol solecito,
a levantar el arco
de tu raíl por el ancho cielo.
Ya la tierra, llovida,
por tu caricia paga
verde temblor de su trigo nuevo.
Ya, al decirle tu halago
«Viene el amor», ensaya
ronco sus gárgaras el jilguero.
Ya los ojos tu lustre
de monedita nueva
hiere de lágrimas, o los cierro.
¿A qué vuelves? ¡Si todo
sigue aquí igual!: vivimos;
y el que murió sigue estando muerto.
2. Antonio Machado
2.1. Abejas, cantores
Abejas, cantores,
no a la miel, sino a las flores.
2.2. A quien nos justifica nuestra desconfianza
A quien nos justifica nuestra desconfianza
llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
Jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
que dio a cascar al diente de la sabiduría.
2.3. Acaso…
Como atento no más a mi quimera
no reparaba en torno mío, un día
me sorprendió la fértil primavera
que en todo el ancho campo sonreía.
Brotaban verdes hojas,
de las hinchadas yemas del ramaje,
y flores amarillas, blancas, rojas,
alegraban la mancha del paisaje.
Y era una lluvia de saetas de oro,
el sol sobre las frondas juveniles;
del amplio río en el caudal sonoro
se miraban los álamos gentiles.
Tras de tanto camino es la primera
vez que miro brotar la primavera,
dije, y después, declamatoriamente:
– ¡Cuan tarde ya para la dicha mía! –
Y luego, al caminar, como quien siente
alas de otra ilusión: —Y todavía
¡yo alcanzaré mi juventud un día!
2.4. Al andar se hace camino
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
2.5. Al borde del sendero un día nos sentamos
Al borde del sendero un día nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
son las desesperantes posturas que tomamos
para aguardar…. Mas Ella no faltará a la cita.
2.6. Alguna vez he pensado
Alguna vez he pensado
si el alma será la ausencia,
mientras más cerca más lejos;
mientras más lejos más cerca.
2.7. Algunos desesperados
Algunos desesperados
sólo se curan con soga;
otros, con siete palabras:
la fe se ha puesto de moda.
2.8. Anoche cuando dormía
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mi,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
2.9. Bueno es recordar
Bueno es recordar
las palabras viejas
que han de volver a sonar.
2.10. Bueno es saber que los vasos
Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para que sirve la sed.
2.11. Caminante, no hay camino
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
2.12. Caminante, son tus huellas
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante no hay camino,
se hace camino al andar.
2.13. Cantad conmigo en coro: saber, nada sabemos
Cantad conmigo en coro: saber, nada sabemos,
de arcano mar vinimos, a ignota mar iremos …
La luz nada ilumina y el sabio nada enseña.
¿Qué dice la palabra? ¿Qué el agua de la peña?
2.14. Como el olivar
Como el olivar,
mucho fruto lleva,
poca sombra da.
2.15. Consejos
Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar;
la monedita del alma
se pierde si no se da.
2.16. ¿Cuál es la verdad?
¿Cuál es la verdad?¿El río
que fluye y pasa
donde el barco y el barquero
son también ondas de agua?
¿O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?
2.17. Cuatro cosas tiene el hombre
Cuatro cosas tiene el hombre
que no sirven en la mar:
ancla, gobernalle y remos,
y miedo de naufragar.
2.18. Coplas mundanas
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiada.
Sin placer y sin fortuna,
pasó como una quimera
mi juventud, la primera …
la sola, no hay más que una:
la de dentro es la de fuera.
Pasó como un torbellino,
bohemia y aborrascada,
harta de coplas y vino,
mi juventud bien amada.
Y hoy miro a las galerías
del recuerdo, para hacer
aleluyas de elegías
desconsoladas de ayer.
¡Adiós, lágrimas cantoras,
lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
las limpias aguas sonoras!
¡Buenas lágrimas vertidas
por un amor juvenil,
cual frescas lluvias caídas
sobre los campos de abril!
No canta ya el ruiseñor
de cierta noche serena;
sanamos del mal de amor
que sabe llorar sin pena.
Poeta ayer, hoy triste y pobre
filósofo trasnochado,
tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
2.19. De diez cabezas, nueve
De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa.
Nunca extrañéis que un bruto
se descuerne luchando por la idea.
2.20. De la mar al percepto
… De la mar al percepto,
del percepto al concepto,
del concepto a la idea
– ¡oh, la linda tarea! –
de la idea a la mar.
¡Y otra vez al empezar!
2.21. De lo que llaman los hombres
De lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra no es caridad.
2.22. Deletreos de armonía
Deletreos de armonía
que ensaya inexperta mano.
Hastío. Cacofonía
del sempiterno piano
que yo de niño escuchaba
soñando… no sé con qué.
Con algo que no llegaba,
todo lo que ya se fue.
2.23. Demos tiempo al tiempo
Demos tiempo al tiempo:
para que el vaso rebose
hay que llenarlo primero.
2.24. Despacito y buena letra
Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.
2.25. Despertad, cantores
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
2.26. Dice la monotonía
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
2.27. Dices que nada se crea
¿Dices que nada se crea?
Alfarero, a tus cacharros.
Haz tu copa y no te importe
si no puedes hacer barro.
2.28. Dices que nada se pierde
Dices que nada se pierde
y acaso dices verdad;
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.
2.29. ¿Dices que nada se pierde?
¿Dices que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
se me rompe, nunca en ella
beberé, nunca jamás.
2.30. Dijiste media verdad
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.
2.31. Dijo a la lengua el suspiro
Dijo a la lengua el suspiro:
échate a buscar palabras
que digan lo que yo digo.
2.32. Dónde está la utilidad
¿Dónde está la utilidad
de nuestras utilidades?
Volvamos a la verdad:
vanidad de vanidades.
2.33. El que espera desespera
El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
2.34. En abril, las aguas mil
Son de abril las aguas mil.
Sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Agua y sol. El iris brilla.
En una nube lejana,
zigzaguea
una centella amarilla.
La lluvia da en la ventana
y el cristal repiquetea.
A través de la neblina
que forma la lluvia fina,
se divisa un prado verde,
y un encinar se esfumina,
y una sierra gris se pierde.
Los hilos del aguacero
sesgan las nacientes frondas,
y agitan las turbias ondas
en el remanso del Duero.
Lloviendo está en los habares
y en las pardas sementeras;
hay sol en los encinares,
charcos por las carreteras.
Lluvia y sol. Ya se obscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desaparece,
allá surge una colina.
Ya son claros, ya sombríos
los dispersos caseríos,
los lejanos torreones.
Hacia la sierra plomiza
van rodando en pelotones
nubes de guata y ceniza.
2.35. En preguntar lo que sabes
En preguntar lo que sabes
el tiempo no has de perder …
Y a preguntas sin respuesta
¿quién te podrá responder?
2.36. Entre el vivir y el soñar
Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.
2.37. Es el mejor de los buenos
Es el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos.
2.38. Es una tarde cenicienta y mustia
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
2.39. Fe empirista. Ni somos ni seremos.
Fe empirista. Ni somos ni seremos.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nada trajimos, nada llevaremos.
2.40. Guitarra del mesón que hoy suenas jota
Guitarra del mesón que hoy suenas jota,
mañana petenera,
según quien llega y tañe
las empolvadas cuerdas,
guitarra del mesón de los caminos,
no fuiste nunca, ni serás, poeta.
Tú eres alma que dice su armonía
solitaria a las almas pasajeras…
Y siempre que te escucha el caminante
sueña escuchar un aire de su tierra.
2.41. Hastío
Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado…
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!
2.42. He andado muchos caminos
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adonde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
2.43. Jardín
Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas,
tras el bosque de cobre y de ceniza.
En tu jardín hay dalias.
¡Malhaya tu jardín!… Hoy me parece
la obra de un peluquero,
con esa pobre palmerilla enana,
y ese cuadro de mirtos recortados…
y el naranjito en su tonel… El agua
de la fuente de piedra
no cesa de reír sobre la concha blanca.
2.44. La envidia de la virtud
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.
2.45. La primavera besaba
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
2.46. La primavera ha venido
La primavera ha venido
y don Alfonso se va.
Muchos duques le acompañan
hasta cerca de la mar.
Las cigüeñas de las torres
quisieran verlo embarcar…
2.47. Las moscas
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh, viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
–que todo es volar– sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales …
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
de siempre… Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas;
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
2.48. Leyendo un claro día
Leyendo un claro día
mis bien amados versos,
he visto en el profundo
espejo de mis sueños
que una verdad divina
temblando está de miedo,
y es una flor que quiere
echar su aroma al viento.
El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago sol envuelto.
En esas galerías,
sin fondo, del recuerdo,
donde las pobres gentes
colgaron cual trofeo
el traje de una fiesta
apolillado y viejo,
allí el poeta sabe
el laborar eterno
mirar de las doradas
abejas de los sueños.
Poetas, con el alma
atenta al hondo cielo,
en la cruel batalla
o en el tranquilo huerto,
la nueva miel labramos
con los dolores viejos,
la veste blanca y pura
pacientemente hacemos,
y bajo el sol bruñimos
el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña,
el enemigo espejo,
proyecta nuestra imagen
con un perfil grotesco.
Sentimos una ola
de sangre, en nuestro pecho,
que pasa… y sonreímos,
y a laborar volvemos.
2.49. Me dijo una tarde de la primavera
Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te vista, sea
tu traje de duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:
Tú has dicho el secreto
que en mi alma reza:
Yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.
2.50. Mirando mi calavera
Mirando mi calavera
un nuevo Hamlet dirá:
He aquí un lindo fósil de una
careta de carnaval.
2.51. Ni vale nada el fruto
Ni vale nada el fruto
cogido sin sazón …
Ni aunque te elogie un bruto
ha de tener razón.
2.52. No es el yo fundamental
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
2.53. No extrañéis, dulces amigos
No extrañéis, dulces amigos,
que esté mi frente arrugada;
yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas.
2.54. Noche de verano
Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cenit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma.
2.55. Nuestras horas son minutos
Nuestras horas son minutos
cuando esperamos saber,
y siglos cuando sabemos
lo que se puede aprender.
2.56. Nuestro español bosteza
– Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
– El vacío es más bien en la cabeza.
2.57. Nunca perseguí la gloria
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
2.58. Nunca traces tu frontera
Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil;
todo eso es cosa de fuera.
Antonio Machado
2.59. Oh soledad
¡Oh soledad, mi sola compañía,
oh musa del portento, que el vocablo
diste a mi voz que nunca te pedía!,
responde a mi pregunta: ¿con quién hablo?
Ausente de ruidosa mascarada,
divierto mi tristeza sin amigo,
contigo, dueña de la faz velada,
siempre velada al dialogar conmigo.
Hoy pienso: este que soy será quien sea;
no es ya mi grave enigma este semblante
que en el íntimo espejo se recrea,
sino el misterio de tu voz amante.
Descúbreme tu rostro, que yo vea
fijos en mí tus ojos de diamante.
2.60. ¡Oh tarde luminosa!
¡Oh tarde luminosa!
El aire está encantado.
La blanca cigüeña
dormita volando,
y las golondrinas se cruzan, tendidas
las alas agudas al viento dorado,
y en la tarde risueña se alejan
volando, soñando…
Y hay una que torna como la saeta,
las alas agudas tendidas al aire sombrío,
buscando su negro rincón del tejado.
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y disforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
2.61. Ojos que a la luz se abrieron
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver.
2.62. Para dialogar
Para dialogar,
preguntad, primero;
después … escuchad.
2.63. Para qué llamar caminos
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?…
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
2.64. Pegasos, lindos pegasos
Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera.
Yo conocí, siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!
2.65. Por dar al viento trabajo
Por dar al viento trabajo,
cosía con hilo doble
las hojas secas del árbol.
2.66. Recuerdo infantil
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección;
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
2.67. Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Manara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
2.68. Sabes cuando el agua suena
¿Sabes cuando el agua suena,
si es agua de cumbre o valle,
de plaza, jardín o huerta? Cantores, dejad
palmas y jaleo
para los demás.
2.69. Señor San Jerónimo
Señor San Jerónimo,
suelte usted la piedra
con que se machaca.
Me pegó con ella.
2.70. Si vivir es bueno
Si vivir es bueno
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar.
2.71. Tengo a mis amigos
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡qué lejos están!
2.72. Todo pasa y todo queda
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
2.73. Tras el vivir y el soñar
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.
2.74. Un loco
Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura:
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad… Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza
tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza —
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
— ¡carne triste y espíritu villano!—.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.
2.75. Y esa gran placentería
¡Y esa gran placentería
de ruiseñores que cantan!
Ninguna voz es la mía.
2.76. Y si la vida es corta
… Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además no importa.
2.77. Ya habrá cigüeñas al sol
Ya habrá cigüeñas al sol,
mirando la tarde roja,
entre Moncayo y Urbión.
2.78. Yo he visto garras fieras en las pulidas manos
Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos …
El más truhán se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón.
2.79. Yo voy soñando caminos
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adonde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
– La tarde cayendo está –,
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón."
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada."
3. Fernando Pessoa
3.1. Dactilografía
Trazo solo, en mi cubículo de ingeniero, el plano,
firmo el proyecto, aquí aislado,
remoto hasta de quien soy.
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro
el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.
¡Qué náusea de vida!
¡Qué abyección esta regularidad!
¡Qué sueño este ser así!
Hace tiempo, cuando fui otro, hubo castillos y caballeros
(Ilustraciones, tal vez, de cualquier libro de infancia),
Hace tiempo, cuando fui fiel a mi sueño,
hubo grandes paisajes del Norte, explícitos de nieve,
hubo grandes palmerales del Sur, opulentos de verdes.
Hace tiempo.
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.
Todos tenemos dos vidas:
La verdadera, que es la que soñamos en la infancia,
y que continuamos soñando, adultos en un sustrato de niebla;
Y la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros,
que es la práctica, la útil,
aquella en la que terminan por meternos en una gran caja.
En la otra no hay féretros ni muertes,
solo hay ilustraciones de infancia:
Grandes libros coloreados, para ver y no leer;
Grandes páginas de colores para recordar más tarde.
En la otra somos nosotros,
en la otra vivimos;
En ésta morimos, que es lo que quiere decir vivir;
En este momento, por la náusea, vivo en la otra…
Pero al lado, como acompañamiento banalmente siniestro,
Alza la voz el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.
4. Francisco de Quevedo
4.1. Retirado en la paz de estos desiertos
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la emprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
5. Manuel Machado
5.1. El camino
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida…
En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.
Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.
Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina…
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.
6. Rudyard Kipling
6.1. Si
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y -aun- no parezcas demasiado bueno, ni demasiado sabio.
Si puedes soñar -y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar -y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.
Si puedes arrinconar todas tus victorias
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: «Resistid».
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y -lo que es más-, serás Hombre, hijo.
7. Sor Juana Ines de la Cruz
7.1. Finjamos que soy feliz
Finjamos que soy feliz,triste pensamiento, un rato;
quizá podréis persuadirme,aunque yo sé lo contrario,
que pues sólo en la aprehensión
dicen que estriban los daños,si os imagináis dichoso
no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento, alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingeniocon el provecho encontrado.
Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios, que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
A unos sirve de atractivo, lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio, aquél tiene por trabajo.
El que está triste,censura al alegre de liviano;
y el que esta alegre se burlade ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos, bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa, causaba en el otro llanto.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado.
Antes, en sus dos banderas, el mundo todo alistado,
conforme el humor le dicta,sigue cada cual el bando.
Uno dice que de risa,
sólo es digno el mundo vario;
y otro, que sus infortunios, son sólo para llorados.
Para todo se halla prueba
y razón en qué fundarlo;
y no hay razón para nada, de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces;
y siendo iguales y varios, no hay quien pueda decidir,
cuál es lo más acertado.
Pues, si no hay quien lo sentencie,
¿por qué pensáis, vos, errado,que os cometió
Dios a vos, la decisión de los casos?
O ¿por qué, contra vos mismo,
severamente inhumano, entre lo amargo y lo dulce,
queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento, ¿por qué siempre he de encontrarlo
tan torpe para el alivio,
tan agudo para el daño?
El discurso es un aceroque sirve para ambos cabos:
de dar muerte, por la punta,por el pomo, de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro
queréis por la punta usarlo, ¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
No es saber, saber hacer discursos sutiles,
vanos;que el saber consiste sólo, en elegir lo más sano.
Especular las desdichas, y examinar los presagios,
sólo sirve de que el malcrezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros,
la atención, sutilizando,más formidable que el riesgos
uele fingir el amago.
Qué feliz es la ignorancia del que, indoctamente sabio,
halla de lo que padece,en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros vuelos del ingenio osados,
que buscan trono en el fuego y hallan sepulcro en el llanto.
También es vicio el saber, que si no se va atajando,
cuando menos se conoce es más nocivo el estrago;
y si el vuelo no le abaten, en sutilezas cebado,
por cuidar de lo curioso, olvida lo necesario.
Si culta mano no impide crecer al árbol copado,
quita la sustancia al frutola locura de los ramos.
Si andar a nave ligerano estorba lastre pesado,
sirve el vuelo de que sea, el precipicio más alto.
En amenidad inútil, ¿qué importa al florido campo,
si no halla fruto el otoño, que ostente flores el mayo?
¿De qué sirve al ingenio, el producir muchos partos,
si a la multitud se sigue el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha por fuerza ha de seguirse el fracaso,
de quedar el que produce, si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego, que, con la materia ingrato,
tanto la consume más cuando él se ostenta más claro.
Es de su propio Señor tan rebelado vasallo,
que convierte en sus ofensas las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio,este duro afán pesado,
a los ojos de los hombres dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos llevade nosotros olvidados?
Si es para vivir tan poco, ¿de qué sirve saber tanto?
¡Oh, si como hay de saber, hubiera algún seminario o escuela
donde a ignorarse enseñaran los trabajos! ¡Qué felizmente viviera
el que, flojamente cauto, burlara las amenazas del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar, pensamiento, pues hallamos
que cuanto añado al discurso, tanto le usurpo a los años.